Vivir en casa
Hoy, nostalgia.Iba saliendo de la casa de una amiga cuando su mamá le preguntó: "Nena, ¿necesitas dinero?, Ok, que te vaya bien"
Lo cual me remontó a aquellos años en que aun vivía en casa, lo digo como si fueran lejanos, aunque en verdad solo sean 3 los que llevo viviendo en una ciudad y en una casa a la que he aprendido a querer como un segundo hogar.
Una noche de agosto decidí que a mi edad, ya no quedaba bien vivir en casa. Me daba terror imaginándome a los 30 años aún a la sombra de mamá y papá. Entonces tenía casi 18 y junté todo mi valor y mi poder de convencimiento para lograr salir de casa, sin alejarme por completo del cobijo de mis señores padres.
He de reconocer que mi situación es privilegiada, gracias a la ciudad que elegí y al validísimo argumento de concentrarme en mis estudios (ajá), tengo la oportunidad de volver a casa por lo menos 2 veces al año, aunque sea por cortas temporadas, y la verdad sea dicha, jamás he padecido hambre o síndrome de abstinencia de ningún tipo.
Y es que a todo se acostumbra una, llega el momento en que puedes salir a la escuela y darte cunta de que no has cruzado palabra con ningún ser humano, porque los compañeros de casa están desvelados y no hay poder humano que los traiga al mundo de los vivos antes del mediodía.
De repente te olvidas de que, poco tiempo atrás, todo era diferente...
Qué lejos se está a veces de la rutina familiar, de despertar con la voz de papá, de oir regaños y gritos de mamá que muy a mi pesar extraño. Que lejos se está de aquella niña que soñaba con irse lejos cuando todo iba mal, que subía a fumar a la azotea para evitar los regaños, que esperaba a que la casa estuviera vacía para reventar las bocinas con Bunbury, o Bowie o Janis y fumar porro hasta que la musiquita se escuchara incluso dentro de mi...
Hoy, al salir de una casa donde habita una familia entera, recordé la mía, esa casa que a ratos también me extraña, que se siente vacía sin mi, que ya no tiene quien le escupa humo verde a las paredes...
Se me hace un nudo en la garganta al pensar en la familia que se quedó un poquito huérfana de mi, en los papás con la voz llena de orgullo y los ojos de llanto al decirle a quien pregunte que la niña grande se les fué hace rato, por las buenas y sonriente mientras hacía maletas... y se siguen riendo cuando les dicen cuán peligroso es...ellos que siempre fueron concientes de que algun dia, irremediablemente, me entraría la loca y no volvería más y ahora haciéndose los sordos cuando les hablan de peligro, para llegar a casa y llamar, para escuchar mi voz y saber que estoy bien.
Recuerdo la primera vez que volví a casa para pasar las vacaciones, cuando me di cuenta de que sí, siempre se puede volver, pero ya nada es igual...y no es bueno ni malo, simplemente ES.
Hoy, durante todo el día, he traído en la cabeza la dulce memoria de las voces de mamá y papá hablando a media voz en el comedor, muy entrada la noche, como para no interrumpirnos el sueño a mi hermana (que nació anclada) y a mi. La dulce memoria del arrullo de noches que creí interminables y ahora que estoy lejos me parecen insuficientes.
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