mercredi, octobre 25, 2006

So much to do, so little time

Hace años que no tengo un micrófono en mis manos, que he dejado de lado lo que más amo: La música. Y lo extraño, extraño esa sensación de muchos pares de ojos en mi, la emoción de pisar un escenario y crear expectativa.

Quien lo diría, yo, que no soporto las multitudes ni el ruido en exceso, añorando algo tan sencillo como tomar la decisión de volver a lo que hace más de 3 años me prometí que no volvería. Veo a chicos que conocí entonces, haciedo aún hoy lo que más les gusta y muero de envidia. Sí, los veo batallar, frustrarse, ser ignorados y permanecer un poco en el anonimato, pero al final del día me parece algo admirable quedarte con los sueños de la adolescencia, tener el valor de creer en ti a pesar de todo lo demás. Cuando lo requerí no tuve el valor y ahora francamente lo encuentro aún más difícil.

A la hora de decidir, dejé casa y amigos por un deseo que no fué producto del instinto sino de un proceso de convencimiento gradual. Vamos, que me quedé con mi segundo plan de vida, estudiar una carrera convencional y blah. Prudencia.

No me gusta preguntarme donde estaría ahora de haber decidido por el otro lado, honestamente no me arrepiento de la decisión que tomé, la experiencia en general ha sido una de las más enriquecedoras de mi vida y no la cambiaría si pudiera. Lo que lamento es, por un momento, haberme olvidado un poco. Que a ratos me cueste trabajo creer que antes no era así, recordar el montón de cosas que solía hacer y hoy he sacrificado en pos de una meta que es mía a medias. En realidad, nunca me he caracterizado por tomar decisiones con la cabeza, soy más bien toda impulso; y aún ahora, no sé a donde estoy yendo.

Me quedan tantas cosas por hacer y hay tan poco tiempo. Me enoja pensar que me he visto forzada a crecer con demasiada rapidez, que se me ha exigido tomar decisiones cruciales sin tener en cuenta que soy demasiado inestable, demasiado inmadura.

Nunca es tarde para hacer las cosas, para volver a intentar y toparse con pared.Ya lo dijo alguien más, siempre se está a tiempo de una infancia feliz. Y esa es solo una de los millones de cosas que he podido hacer aquí, volver a empezar.

A pesar de que no fué fácil, la oportunidad de volver a empezar desde cero es lo más genial que me ha pasado, reescribirme, reformularme y algunas veces repetirme hasta el cansancio. En realidad no es que haya cambiado sino que me siento más libre de ser como me plazca, lejos de las presiones de la familia no importa la opinión de los demás.

Por eso me enojo, porque teniendo un mundo de posibilidades le he dedicado demasiado tiempo a mantener un mediocre perfil en mi carrera. Me he desperdiciado escondiéndome de gente que no logró despertar mi interés, intentando pasar desapercibida obteniendo como resultado la reafirmación de mi peculiaridad.

Tanto que hacer, empezando por terminar lo que ahora absorbe casi todo mi tiempo. Después, retomar todo lo que dejé en stand by. Crecer y madurar, dejar de ponerme en la línea con tanto sinsentido; buscar una razón. Encontrarte de nuevo y ésta vez no dejarte ir. En fin, replantear que es lo que realmente quiero y no lo que me resulta más fácil. Cambiar esta postura acomodaticia que no termina de conformarme. Afrontar que estoy doblada por la mitad, dando sólo lo que me sobra, y el resto guardándolo para mejores ocasiones.

Pero no soy inmortal, lo acabo de descubrir, me acaba de caer en la cabeza la certeza de estar en el momento justo y en el lugar indicado. El deseo de no dejar pasar la oportunidad de, de una vez por todas, reconciliarme conmigo.